La salida del colegio


Un día más Esperanza llegaba con la hora justa a recoger a los niños. Subía las escaleras del metro con prisa sorteando a las personas que venían en sentido contrario. Minutos antes de que llegara su hora de salida del trabajo, una clienta había hecho un gran pedido para llevar a domicilio, así que Esperanza había tenido que demorarse ordenando todos aquellos productos. Ella ya tenía mucha práctica con esos menesteres. Sabía bien dónde debía colocar los huevos y dónde la fruta y los yogures. Sabía qué bolsa debía ir debajo y cuál era mejor arriba, pero pese a ello se le había hecho tarde. La vida en la gran ciudad era así, turbulenta, inacabable, pensó. Es como una noria en la que nos subimos por la mañana y de la que no bajamos hasta bien entrada la noche. Menos mal que luego el metro había pasado apenas llegar ella a la estación.

El colegio, situado en lo alto de una larga cuesta, era un inmenso edificio que, sin embargo, contaba únicamente con dos puertas de salida para los niños. La situada más arriba, justo en el centro del gran bloque de aulas, era la principal y estaba dedicada a la salida de los mayores, la otra, más abajo, haciendo ya esquina con otra calle, era la de los más pequeños. Esperanza llegó hasta esta última atravesando como pudo el remolino de padres, abuelos y cuidadoras que taponaban la calle. Pudo ver cómo precisamente en ese momento el conserje levantaba el seguro y giraba la manivela de la puerta metálica con lo que se sintió más relajada. Al momento, del interior comenzaron a salir niños como si hubieran estado confinados en una olla a presión. Simón, con su babi de rayas bajo el abrigo desabrochado asomó la cabeza entre la algarabía de colegiales buscando a su tía. Una vez que la encontró fue hacia ella y le dio un beso a la par que le entregaba un dibujo de vivos colores.

—¡Mira tía! Es un portal de Belén.

Ese día era el último de colegio antes de Navidad. Comenzaban las vacaciones predilectas de los niños. Pronto vendrían Papá Noel y los Reyes Magos. Todos los niños habían pedido ya sus regalos y se disponían a pasar unos días en familia.

—Es precioso, Simón —le dijo su tía—.

Simón se quedó acurrucado junto a ella, agarrado a una de sus piernas mientras a su alrededor niños más mayores corrían jugando de un lado a otro.

Pasaron unos minutos cuando de entre el amasijo de colegiales surgió ahora una niña rubia con el pelo liso y largo. Sus ojos claros y levemente azulados daban un toque de color a su cara muy blanca. De la mano tiraba de una mochila de ruedas de color rosa.

—¡Tía! ¡Tía! —gritó la niña alborotada.

La niña y la tía se fundieron en un abrazo.

—¿Qué tal el cole hoy, Jimena? —preguntó su tía mientras trataba de colocarle bien el abrigo.

—Bien, tía. —contestó la niña—. ¿Sabes qué? A Celia le van a regalar por Reyes un perro.

—¿Ah sí? —contestó su tía tratando de obviar la pregunta. —Bueno, eso será porque sus padres pueden permitirse tener un perro. Seguro que tienen una casa con jardín.

—No tía. Celia vive en un piso como nosotros.

—Pues seguro que sus papás tienen mucho más tiempo que nosotros, Jimena —contestó su tía deseando acabar cuanto antes con aquella conversación. —Te he dicho que nosotros ahora no podemos permitirnos tener un animal. Además, para empezar a hablar sobre el perro tienes que mejorar tus notas.

Simón seguía con interés aquel diálogo entre su hermana y su tía, pese a que ya lo había escuchado muchas veces.

—Y si de aquí a Reyes me portara muy bien, ¿podríamos tener un perro? —preguntó Jimena insistente.

Su tía suspiró con resignación.

—Bueno, ya veremos más adelante, por ahora pensemos en pasar todos juntos estas Navidades.

—Yo sí me estoy portando bien, ¿verdad tía? —dijo Simón inmiscuyéndose en la conversación.

—Sí, Simón. Tú eres el mejor niño del mundo.

—Pues entonces los Reyes Magos me van a traer un montón de regalos —dijo mientras se le iluminaban los ojos—.

—Bueno, los Reyes tampoco pueden traer siempre todo lo que le piden los niños, no podrían cargar con tantos regalos.

—¡Qué dices! Si los Reyes son magos, sus camellos no son normales, nunca se cansan.

—Pues yo pienso pedir un perro a los Reyes. Sí o sí —dijo Jimena dándose la vuelta y echando a andar—.

La tía cogió de la mano a Simón y todos juntos caminaron de vuelta a casa.

Capítulo siguiente: El profesor Rudolf


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