Mi casa


Hoy al despertar mis ojos vislumbraron un techo que no era el mío. Un techo oscuro y verde pálido, verde como aquella piedrecita que mi madre llevaba siempre prendida en uno de sus dedos. El corazón se me estremeció cual si me lo hubieran traspasado con un afilado y trasparente cristal y me corrió una onda fría como una ola de mar de enero desde la cabeza hasta los pies.

Angustiado, mordido por el miedo, rompí a gritar. Recuerdo también como mi cabeza se hacía ligera y volaba mientras golpeaba aquella puerta congeladora, aquella que tampoco era mi puerta.

Grité, grité y lloré, arrodillado frente a su chapa gris, frente a sus oxidados barrotes. Estos conformaban una sonrisa que se burlaba de mí con grandes carcajadas. Entonces vinieron ellos otra vez y otra vez me repitieron la misma historia absurda. Me hicieron dormir mientras murmuraban y blasfemaban.

Ellos, ellos y su estúpida historia. Por qué no me dejan que les demuestre que mi casa tiene un gran jardín con lilas y jazmín, donde eternamente gorjean los pajarillos, que tiene tres escaleras azules por donde solíamos resbalar…

Como explicarles que mi techo no es verde, sino blanco y que mi cortina, rota por miles de pequeños agujerillos deja pasar los más finos rayos de la mañana hasta que, como cosquillas, consiguen despertarme… ¿Y mi chaleco azul? ¿Dónde está mi chaleco azul?


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